Una de las necesidades más importantes de las personas es el reconocimiento. Este va desde una mirada, un abrazo, un aplauso o un comentario que otorga atributos y valoraciones sobre las personas. Por lo que se considera que el reconocimiento es uno de los pilares más importantes de la autoestima.
Hay reconocimientos positivos y negativos, a nivel individual y colectivo; en el seno de la familia es importante inculcar el valor del reconocimiento positivo para una sana convivencia. En el reconocimiento se otorga respeto y valoración de las cualidades propias de las personas; se cultiva el sentido de pertenencia, seguridad e identidad. Se reconocen nuestras virtudes y nuestras capacidades para avanzar y conseguir cosas
Si de pequeños y de jóvenes no hemos recibido un grado suficiente de reconocimiento de nuestro entorno, que nos haya permitido interiorizarlo para amarnos y sentirnos razonablemente seguros y fuertes, difícilmente disfrutaremos de una buena autoestima. Esto no significa que nunca gozaremos del valor del reconocimiento, pero seguro tendremos que trabajar por cuenta propia para conquistarla.
El reconocimiento es un componente afectivo vital; cuando es positivo y animado puede llevar a lograr metas inimaginables, porque se dispone de confianza, fuerza y estabilidad. En este sentido, la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario se basa también en el reconocimiento porque una persona bien valorada se siente capaz y seguro de que su esfuerzo le llevará al logro de metas. Bajo esta dimensión esencial se halla además la fuerza de esos vínculos de apego que nos dan confianza y que nos ayudan a crecer.
Nuestros padres, nuestra familia, es el primer círculo social encargado de darnos reconocimiento, respeto y cariño. Si contamos con este primer peldaño, se avanzará emocionalmente. Más tarde, y a través de las relaciones sociales, obtendremos también reconocimiento de amigos y parejas.
Iremos aprendiendo que así como lo recibimos, también es esencial saber ofrecer reconocimiento a los demás.